Relax

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sábado, 30 de junio de 2012

EL BILLETE



Su situación no era en modo alguno envidiable. De hecho, Pedro pensaba que todo le salía mal. Ganaba una miseria teniendo que trabajar muchas horas, su novia lo acababa de dejar y sus perspectivas de futuro no parecían mejores. La empresa donde trabajaba iba de mal en peor y aunque varias veces había intentado cambiar de trabajo, nunca lo había conseguido. Solo, casi sin ningún amigo, pasaba las horas reprochándose su debilidad y amargándose por su mala suerte.

Un día, mientras volvía del trabajo, quiso la casualidad que se encontrase con un antigua amiga, Luisa, a quien hacía tiempo que no veía. Ella, al verle caminar tan abatido y con el rostro tan pesaroso, le invitó a tomar un café en un bar para poder conversar. Pedro, en su depresión, descargó en ella sus angustias… que el trabajo, que el dinero, que la relación con su pareja, que su vocación… todo parecía estar mal en su vida.

Luisa lo escuchaba en silencio, mientras Pedro hablaba y hablaba.

Finalmente, cuando Pedro hubo concluido, Luisa introdujo la mano en su bolso, sacó un billete de 10.000 pesetas y dijo:

- ¿Pedro, quieres este billete?

Aunque un poco confundido, Pedro inmediatamente respondió:

- Claro que sí, Luisa…Son 10.000 pesetas. No puedo aceptarlas, pero claro que todo mundo las quiere.

Entonces Luisa tomó el billete en uno de sus puños y lo arrugó hasta convertirlo en una pequeña bola. Mostrándole la estrujada pelotilla a Pedro, volvió a preguntarle:

- Y ahora ¿lo quieres igual?

- Luisa, no sé qué pretendes con esto, pero siguen siendo 10.000 pesetas. ¡Claro que las quiero!

Entonces Luisa desdobló el arrugado billete, lo tiró al suelo y lo restregó con su pie para luego recogerlo sucio y manchado.

- ¿Lo sigues queriendo?

Pedro se quedó mirando a Luisa sin atinar con palabra alguna para contestarle, mientras el impacto del mensaje penetraba profundamente en su corazón.

Luisa puso el arrugado billete sobre la mesa y con una sonrisa de complicidad agregó:

- Toma, guárdatelo para que lo recuerdes cuando te sientas mal y te hagas reproches. Pero recuerda que me debes un billete nuevo de 10.000 pesetas para poderlo usar con el próximo amigo que lo necesite.

Y dándole un beso en la mejilla, Luisa se levantó, alejándose hacia la puerta del bar.

Pedro volvió a mirar el arrugado billete, sonrió, lo guardó en su bolsillo y dotado de una renovada energía llamó al camarero para pagar la cuenta.

A partir de aquel momento la vida de Pedro comenzó a cambiar, puesto que aquel día descubrió que el valor de las personas no viene dado por lo que nos acontece o lo que poseemos, sino por el valor interior de aquello que realmente somos.

miércoles, 27 de junio de 2012

EL HILO MAGICO






Pedro era un niño muy vivaracho. Todos le querían: su familia, sus amigos y sus maestros. Pero tenía una debilidad. - ¿Cual?

Era incapaz de vivir el momento. No había aprendido a disfrutar el proceso de la vida. Cuando estaba en el colegio, soñaba con estar jugando fuera. Cuando estaba jugando soñaba con las vacaciones de verano. Pedro estaba todo el día soñando, sin tomarse el tiempo de saborear los momentos especiales de su vida cotidiana.

Una mañana, Pedro estaba caminando por un bosque cercano a su casa. Al rato, decidió sentarse a descansar en un trecho de hierba y al final se quedó dormido. Tras unos minutos de sueño profundo, oyó a alguien gritar su nombre con voz aguda.

Al abrir los ojos, se sorprendió de ver una mujer de pie a su lado. Debía de tener unos cien años y sus cabellos blancos como la nieve caían sobre su espalda como una apelmazada manta de lana. En la arrugada mano de la mujer había una pequeña pelota mágica con un agujero en su centro, y del agujero colgaba un largo hilo de oro.

La anciana le dijo: "Pedro, este es el hilo de tu vida. Si tiras un poco de él, una hora pasará en cuestión de segundos. Y si tiras con todas tus fuerzas, pasarán meses o incluso años en cuestión de días" Pedro estaba muy excitado por este descubrimiento. "¿Podría quedarme la pelota?", preguntó. La anciana se la entregó.

Al día siguiente, en clase, Pedro se sentía inquieto y aburrido. De pronto recordó su nuevo juguete. Al tirar un poco del hilo dorado, se encontró en su casa jugando en el jardín. Consciente del poder del hilo mágico, se cansó enseguida de ser un colegial y quiso ser adolescente, pensando en la excitación que esa fase de su vida podía traer consigo. Así que tiró una vez más del hilo dorado.

De pronto, ya era un adolescente y tenía una bonita amiga llamada Elisa. Pero Pedro no estaba contento. No había aprendido a disfrutar el presente y a explorar las maravillas de cada etapa de su vida. Así que sacó la pelota y volvió a tirar del hilo, y muchos años pasaron en un solo instante. Ahora se vio transformado en un hombre adulto. Elisa era su esposa y Pedro estaba rodeado de hijos. Pero Pedro reparó en otra cosa. Su pelo, antes negro como el carbón, había empezado a encanecer. Y su madre, a la que tanto quería, se había vuelto vieja y frágil. Pero el seguía sin poder vivir el momento. De modo que una vez más, tiró del hilo mágico y esperó a que se produjeran cambios.

Pedro comprobó que ahora tenía 90 años. Su mata de pelo negro se había vuelto blanca y su bella esposa, vieja también, había muerto unos años atrás. Sus hijos se habían hecho mayores y habían iniciado sus propias vidas lejos de casa. Por primera vez en su vida, Pedro comprendió que no había sabido disfrutar de las maravillas de la vida. Había pasado por la vida a toda prisa, sin pararse a ver todo lo bueno que había en el camino.

Pedro se puso muy triste y decidió ir al bosque donde solía pasear de muchacho para aclarar sus ideas y templar su espíritu. Al adentrarse en el bosque, advirtió que los arbolitos de su niñez se habían convertido en robles imponentes. El bosque mismo era ahora un paraíso natural. Se tumbó en un trecho de hierba y se durmió profundamente.

Al cabo de un minuto, oyó una voz que le llamaba. Alzó los ojos y vio que se trataba nada menos que de la anciana qu muchos años atrás le había regalado el hilo mágico. "¿Has disfrutado de mi regalo?", preguntó ella. Pedro no vaciló al responder: "Al principio fue divertido pero ahora odio esa pelota. La vida me ha pasado sin que me enterase, sin poder disfrutarla.Claro que habría habido momentos tristes y momentos estupendos, pero no he tenido oportunidad de experimentar ninguno de los dos. Me siento vacío por dentro. Me he perdido el don de la vida. "Eres un desagradecido, pero igualmente te concederé un último deseo", dijo la anciana. Pedro pensó unos instantes y luego respondió: "Quisiera volver a ser un niño y vivir otra vez la vida". Dicho esto se quedó otra vez dormido.

Pedro volvió a oír una voz que le llamaba y abrió los ojos. ¿Quien podrá ser ahora?, se preguntó. Cual no sería su sorpresa cuando vio a su madre de pie a su lado. Tenía un aspecto juvenil, saludable y radiante. Pedro comprendió que la extraña mujer del bosque le había concedido el deseo de volver a su niñez.

Ni que decir tiene que Pedro saltó de la cama al momento y empezó a vivir la vida tal como había esperado. Conoció muchos momentos buenos, muchas alegrías y triunfos, pero todo empezó cuando tomó la decisión de no sacrificar el presente por el futuro y empezar a vivir en el ahora.



Muchas veces descuidamos el presente por focalizarnos en los anhelos futuros. En el mundo real por desgracia nunca tenemos una segunda oportunidad de vivir la vida y no podemos volver a atrás como en el cuento. Es importantellenar nuestro presente de momentos de calidad para poder construir nuestro futuro, no dejemos pasar la vida soñándola y sin vivirla.

Nos convencemos de que la vida será mejor después de cumplir los 18 años, después de casarnos, después de conseguir un mejor empleo, después de tener un hijo, después de tener otro...Entonces nos sentimos frustrados porque nuestros hijos no son lo suficientemente grandes, y pensamos que nos sentiremos felices cuando lo sean. Después nos lamentamos porque son adolescentes difíciles de tratar; ciertamente, nos sentiremos más felices cuando salgan de esa etapa. Nos decimos que nuestra vida será completa cuando a nuestro(a) esposo(a) le vaya mejor, cuando tengamos un mejor coche o una mejor casa, cuando podamos ir de vacaciones, cuando estemos retirados.La verdad es que no hay mejor momento que este para ser felices. Si no es ahora, ¿cuándo? Alfred de Souza dijo: "Por largo tiempo parecía para mi que la vida estaba a punto de comenzar, la vida de verdad. Pero siempre había un obstáculo en el camino, algo que resolver primero, algún asunto sin terminar, tiempo por pasar, una deuda que pagar; entonces la vida comenzaba. Hasta que me di cuenta de que estos obstáculos eran mi vida".

Esta perspectiva nos ayuda a ver que no hay camino a la felicidad: la felicidad es el camino. Debemos atesorar cada momento, mucho más cuando lo compartimos con alguien especial, y recordar que el tiempo no espera a nadie.

No espere hasta terminar la escuela, hasta volver a la escuela, hasta bajar diez quilos, hasta tener hijos, hasta que los hijos vayan a la escuela, hasta que se case, hasta que se divorcie, hasta el viernes por la noche, hasta el domingo por la mañana, hasta la primavera, el verano, el otoño o el invierno, o hasta que muera, para aprender que no hay mejor momento que éste para ser feliz. La felicidad es un trayecto, no un destino.

martes, 26 de junio de 2012

LA VACA




Un maestro samurai paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar. Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de realizar visitas, conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que obtenemos de estas experiencias. Llegando al lugar constató la pobreza del sitio: los habitantes, una pareja y tres hijos, vestidos con ropas sucias, rasgadas y sin calzado; la casa, poco más que un cobertizo de madera...

Se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó: “En este lugar donde no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio tampoco, ¿cómo hacen para sobrevivir? El señor respondió: “amigo mío, nosotros tenemos una vaca que da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo. Así es como vamos sobreviviendo.”

El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, se despidió y se fue. A mitad de camino, se volvió hacia su discípulo y le ordenó: “Busca la vaca, llévala al precipicio que hay allá enfrente y empújala por el barranco.”

El joven, espantado, miró al maestro y le respondió que la vaca era el único medio de subsistencia de aquella familia. El maestro permaneció en silencio y el discípulo cabizbajo fue a cumplir la orden.

Empujó la vaca por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante muchos años.

Un bello día, el joven agobiado por la culpa decidió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar. Quería confesar a la familia lo que había sucedido, pedirles perdón y ayudarlos.

Así lo hizo. A medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy bonito, árboles floridos, una bonita casa con un coche en la puerta y algunos niños jugando en el jardín. El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir. Aceleró el paso y fue recibido por un hombre muy simpático.

El joven preguntó por la familia que vivía allí hacia unos cuatro años. El señor le respondió que seguían viviendo allí. Espantado, el joven entró corriendo en la casa y confirmó que era la misma familia que visitó hacia algunos años con el maestro.

Elogió el lugar y le preguntó al señor (el dueño de la vaca): “¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?” El señor entusiasmado le respondió: “Nosotros teníamos una vaca que cayó por el precipicio y murió. De ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos. Así alcanzamos el éxito que puedes ver ahora.”



Muchos tenemos alguna vaca que nos proporciona algún beneficio para nuestra supervivencia, pero que nos lleva a la rutina y nos hace dependientes de ella. Nuestro mundo se reduce a lo que la vaca nos brinda. Las vacas pueden ser creencias que nos frenan, miedos, que nos llevan a acomodarnos, a estancarnos..
Si sabes cual es tu vaca, no dudes en tirarla por el precipicio. Llegó el momento de pasar a la acción y salir del estancamiento que nos impone cuanto antes.

lunes, 25 de junio de 2012

LA PUERTA NEGRA







Érase una vez en el país de las mil y una noches...
En este país había un rey que era muy polémico por sus acciones, tomaba a los prisioneros de guerra y los llevaba hacia una enorme sala. Los prisioneros eran colocados en grandes hileras en el centro de la sala y el rey gritaba diciéndoles:

- "Les voy a dar una oportunidad, miren el rincón del lado derecho de la sala."
Al hacer esto, los prisioneros veían a algunos soldados armados con arcos y flechas, listos para cualquier acción.

-"Ahora, continuaba el rey, miren hacia el rincón del lado izquierdo."
Al hacer esto, todos los prisioneros notaban que había una horrible y grotesca puerta negra, de aspecto dantesco, cráneos humanos servían como decoración y el picaporte para abrirla era la mano de un cadáver. En verdad, algo verdaderamente horrible solo de imaginar, mucho más para ver.

El rey se colocaba en el centro de la sala y gritaba: - "Ahora escojan, ¿qué es lo que ustedes quieren? ¿Morir clavados por flechas o abrir rápidamente aquella puerta negra mientras los dejo encerrados allí? Ahora decidan, tienen libre albedrío, escojan."

Todos los prisioneros tenían el mismo comportamiento: a la hora de tomar la decisión, ellos llegaban cerca de la horrorosa puerta negra de más de cuatro metros de altura, miraban los cadáveres, la sangre humana y los esqueletos con leyendas escritas del tipo: "viva la muerte", y decidían: -"Prefiero morir atravesado por las fechas."
Uno a uno, todos actuaban de la misma forma, miraban la puerta negra y a los arqueros de la muerte y decían al rey:
- "Prefiero ser atravesado por flechas a abrir esa puerta y quedarme encerrado".
Millares optaron por lo que estaban viendo: la muerte por las flechas.

Un día, la guerra terminó. Pasado el tiempo, uno de los soldados del "pelotón de flechas" estaba barriendo la enorme sala cuando apareció el rey. El soldado con toda reverencia y un poco temeroso, preguntó: - "Sabes, gran rey, yo siempre tuve una curiosidad, no se enfade con mi pregunta, pero, ¿qué es lo que hay detrás de aquella puerta negra?"

El rey respondió: Pues bien, ve y abre esa puerta negra."

El soldado, temeroso, abrió cautelosamente la puerta y sintió un rayo puro de sol besar el suelo de la enorme sala, abrió un poco más la puerta y más luz y un delicioso aroma a verde llenaron el lugar.
El soldado notó que la puerta negra daba hacia un campo que apuntaba a un gran camino. Fue ahí que el soldado se dio cuenta de que la puerta negra llevaba hacia la libertad.


Muchos tenemos una puerta negra dentro de nuestra mente. Para algunos la puerta negra es el miedo a lo desconocido, para otros es una certeza de no ser capaz, una inseguridad que paraliza, o una frustración.

La puerta representa nuestros miedos e inseguridades: miedo a que las cosas salgan mal, miedo a ser rechazado, miedo a innovar o miedo a cambiar, miedo a volar más alto. Para algunos la puerta negra es la inseguridad que lo atemoriza, o una traba imaginaria que la inseguridad fabricó durante alguna fase de la vida.

Tememos atravesar la puerta por "lo que pueda pasar": Pero si bien al cruzarla pueden pasar cosas malas, también es seguro que no pasarán cosas buenas si no corremos el riesgo. Si das un paso más allá del miedo, vas a encontrar un rayo de sol entrando en tu vida.

LOS TRES DESEOS




El genio, recién liberado le dijo al pescador:
- Pide tres deseos y te los daré.
- Me gustaría - dijo el pescador - que me hicieses lo bastante inteligente como para hacer una elección perfecta de los otros dos deseos.
- Hecho - dijo el genio - ¿cuáles son los otros dos?
- Gracias. No tengo más deseos

martes, 19 de junio de 2012

LA CASA



Un maestro de construcción ya entrado en años estaba listo para retirarse a disfrutar su pensión de jubilación. Le contó a su jefe acerca de sus planes de dejar el trabajo para llevar una vida más placentera con su esposa y su familia. Iba a extrañar su salario mensual, pero necesitaba retirarse; ya se las arreglarían de alguna manera.

El jefe se dio cuenta de que era inevitable que su buen empleado dejara la compañía y le pidió, como favor personal, que hiciera el último esfuerzo: construir una casa más. El hombre accedió y comenzó su trabajo, pero se veía a las claras que no estaba poniendo el corazón en lo que hacia. Utilizaba materiales de inferior calidad, y su trabajo, lo mismo que el de sus ayudantes, era deficiente. Era una infortunada manera de poner punto final a su carrera.

Cuando el albañil terminó el trabajo, el jefe fue a inspeccionar la casa y le extendió las llaves de la puerta principal. "Esta es tu casa, querido amigo ---dijo-. Es un regalo para ti".

Si el albañil hubiera sabido que estaba construyendo su propia casa, seguramente la hubiera hecho totalmente diferente. ¡Ahora tendría que vivir en la casa imperfecta que había construido!


A veces construimos nuestras vidas de manera distraída, sin poner en esa actuación lo mejor de nosotros. Muchas veces, ni siquiera hacemos nuestro mejor esfuerzo en el trabajo. Entonces, de repente, vemos la situación que hemos creado y descubrimos que estamos viviendo en la casa que hemos construido. Sí lo hubiéramos sabido antes, la habríamos hecho diferente.

Sería interesante conseguir actuar como si estuviésemos "construyendo nuestra casa".

EL FRASCO





Desde la muerte de su esposa, el rey de Zafiria era presa de tal melancolía que había dejado de gobernar. Solo y sin hijos que heredaran su reino, debía elegir a un sucesor entre sus súbditos.
Pero el rey melancólico no se ocupaba ni de éste ni de ningún otro asunto de palacio. Encerrado en sus aposentos reales, pasaba todo el día tendido en la cama, sin fuerzas para hacer nada.
Sus criados ya lo habían probado todo para sacarle de aquel estado. Habían llevado al palacio a los mejores bufones del reino, pero en lugar de reír el rey había llorado de pena y los artistas se habían marchado muy afligidos. Habían iniciado la construcción de un nuevo castillo, mucho más grande y moderno, pero tras el entusiasmo inicial se cansó de él antes de que estuviera terminado. Incluso le habían presentado mujeres de belleza extraordinaria para que volviera a casarse, pero las había rechazado.
El tiempo pasaba y los consejeros del rey temían que éste acabara muriendo de pena sin sucesor, lo que sumiría al país en el caos. Entonces, llegó la noticia de que en el bosque más alejado del reino vivía un sabio que tenía remedio para todo. Al enterarse, los consejeros del rey decidieron mandar a buscarlo para que curara al rey melancólico.
Una expedición partió de inmediato hacia el Bosque del Sabio, como era conocido por ser la morada de aquel hombre de inteligencia excepcional. Tras cinco días de viaje, llegaron a una selva formada por árboles tan altos y espesos que apenas dejaban pasar la luz del sol. Se extrañaron que el sabio hubiera elegido un lugar tan salvaje y hostil para vivir, pero aun así se internaron en el bosque para buscarle.
La expedición recorrió aquel lugar dando voces para encontrar al Sabio del Bosque, pero sólo respondían los pájaros que cantaban desde las altas copas de los árboles. Cuando ya estaban a punto de darse por vencidos, encontraron a un anciano vagabundo sentado sobre una roca junto a un riachuelo. Iba vestido con un saco gastado, del que salían sus delgadas piernas y brazos. El jefe de la expedición le preguntó con autoridad:
—Viejo andrajoso, ¿sabes dónde podemos encontrar al Sabio del Bosque?
—Joven atolondrado, lo tienes ante de tus ojos.
El enviado del reino desenvainó la espada, dispuesto a dar un buen susto a aquel anciano desvergonzado, pero sus compañeros le convencieron de que le siguieran la corriente al Sabio del Bosque hasta saber cuál era su remedio. Por consiguiente, se sentaron alrededor del vagabundo y le ofrecieron comida y bebida mientras le explicaban la extraña melancolía que se había apoderado de su rey. El Sabio del Bosque dijo:
—Este problema es muy fácil de solucionar. Traedme al rey aquí, que le voy a quitar la melancolía.
—Eso es imposible —dijo esperanzado el jefe de la expedición
—Nuestro señor está tan triste que ni siquiera se levanta de la cama. 
El anciano nunca había abandonado el bosque, pero lograron convencerlo para que les acompañara hasta el palacio. Antes de emprender el largo viaje, el Sabio del Bosque llenó un frasco de cristal con agua del riachuelo.
—Es para medir la melancolía —aclaró.
Luego se pusieron en camino. Una vez en el palacio, los criados lavaron al Sabio del Bosque e intentaron cambiarle la ropa para llevarlo ante el rey melancólico. Sin embargo, el anciano exigió que le devolvieran su viejo saco para poder obrar el milagro.
Por tanto, lavaron también esta prenda, y cuando estuvo seca, el Sabio del Bosque se presentó con esta facha ante el rey.
—Dejadnos solos —exigió a los súbditos. 
Cuando se cerraron las puertas, el rey preguntó desde la cama al anciano quién era y por qué le habían traído ante su real presencia.
—No hagas tantas preguntas y sal de tu lecho, que tienes mucho que hacer.
El rey estaba tan asombrado de que un viejo vagabundo le hablara de ese modo que no pudo contener un ataque de risa. Al otro lado de la puerta, los criados no daban crédito a lo que oían. Era la primera vez que oían reír al rey desde la muerte de su esposa. En los aposentos reales, el Sabio del Bosque seguía dando órdenes al rey:
—Vamos, tráeme algo de comer. Estoy muerto de hambre.
Era tal la desfachatez de aquel anciano, que el rey no se atrevió a contradecirle: pensaba que estaba loco. Se levantó de la cama y gritó desde la puerta que trajeran almuerzo para el invitado. Los criados regresaron con pan, queso, viandas, frutas y vino para el anciano.
Después cerraron las puertas. Mientras el Sabio del Bosque tomaba asiento en la enorme mesa en la que se habían dispuesto los alimentos, el rey le preguntó:
—Antes de sentarte a mi mesa, comerte mi comida y beberte mi vino, dime quién eres y por qué me hablas de ese modo. También quiero saber qué llevas en este frasco que has dejado sobre la mesa.
—Siéntate a almorzar conmigo. No me gusta comer solo. Luego te lo contaré. 
Admirado por la autoridad del anciano, el rey hizo lo que le pedía y comió con él.
Entre bocado y bocado, el Sabio del Bosque contaba aventuras, que hicieron las delicias de su anfitrión. Terminado un primer plato, el anciano cogió el frasco lleno de agua y dijo:
—Aquí dentro llevo tu melancolía. Fíjate ahora lo que hago. Dicho esto, destapó el frasco y vertió en el suelo la mitad del líquido. Luego declaró:
—La tristeza compartida pesa la mitad. Ahora ordena a dos criados que vengan a comer con nosotros. Pero quiero que les sirvas tú. 
Asombrado ante esta idea, el rey abrió la puerta de sus aposentos y ordenó a dos vigilantes que se unieran a su mesa. El rey y el anciano tomaron con gran apetito un segundo plato, mientras los recién llegados devoraban lo que les había servido su propio monarca.
Pronto los cuatro empezaron a reír y a cantar, lo cual sorprendió a los criados que se agolpaban detrás de la puerta para ver lo que pasaba. Entonces, el Sabio del Bosque destapó nuevamente el frasco de la melancolía y lo vació nuevamente hasta que sólo quedó un cuarto.
—Porque has compartido tu mesa con nosotros —dijo—, ahora llevamos tu pena entre cuatro y es mucho más ligera. Abre las puertas del castillo y convida a tantos comensales como quepan alrededor de esta mesa. Dicho y hecho: el rey ordenó abrir las puertas del castillo y, de excelente humor, ordenó que vaciaran las despensas para servir un inmenso banquete.
Pronto la sala se llenó de cientos de criados, artesanos, abuelas, labradores, niños, y se organizó una enorme fiesta que fue recordada durante muchos años. Cuando, al caer la tarde, todos los invitados se despidieron calurosamente del rey, no quedaba una sola gota de melancolía en el frasco. Antes de volver a las entrañas de su bosque, el sabio dijo:
—Ahora ya conoces el secreto de la felicidad: así como la pena se divide al compartirla, la alegría se multiplica cuanto más se reparte.

viernes, 15 de junio de 2012

TIEMPO


Un estudiante de medicina fue a casa de un eminente médico y le pidió convertirse en aprendiz en el arte de la medicina.
-Eres impaciente- dijo el doctor- y por eso fallaras en observar cosas que necesitas aprender.
Pero el joven suplicó, y el médico accedió a aceptarle. Después de algunos años el joven sintió que podía ejercer algunas de las habilidades que había aprendido. Un día un hombre se acercaba andando hacia la casa y el doctor, mirándole desde la distancia, dijo:
-Este hombre está enfermo. Necesita granadas.
Has hecho el diagnostico, déjame recetarle y habré hecho la mitad del trabajo- dijo el estudiante.
-Muy bien- dijo el doctor-, con tal que recuerdes que la acción también debería ser considerada como ilustración.
Tan pronto como el paciente llegó al umbral, el estudiante le hizo entrar y dijo :
Usted está enfermo .Tome granadas.
- ¿Granadas?-gritó el paciente- ¡las granadas te las comes tú! ¡vaya disparate!- y se marchó.
El joven preguntó al sabio doctor cual era el significado de lo sucedido.
- Lo ilustraré cuando tengamos un caso similar- dijo el doctor.
Poco después los dos estaban sentados en el exterior de la casa cuando el doctor levantó su mirada y vió a un hombre que se acercaba.
-Aquí hay una ilustración para ti, un hombre que necesita granadas- dijo el doctor.
Se hizo entrar al paciente, y el doctor le dijo:
- Puedo ver que es usted un caso difícil e intrincado. Déjeme ver... sí, usted necesita una dieta especial. Ésta deberá estar compuesta de algo esférico, con pequeños alvéolos en su interior, que crezca naturalmente. Una naranja...seria del color equivocado... los limones son demasiado ácidos.. ya lo tengo: ¡Granadas!
- El paciente se marchó encantado y agradecido.
- Pero, Doctor -dijo el estudiante- ¿Por qué no le dijiste directamente " granadas"?
- Por que además de granadas- dijo el sabio doctor- él necesitaba tiempo.

jueves, 14 de junio de 2012

LA MECHA










Un hombre oyó una noche que alguien andaba por su casa. Se levantó y, para tener luz, intentó sacar chispas del pedernal para encender su mechero. Pero el ladrón causante del ruido, vino a colocarse ante él y, cada vez que una chispa tocaba la mecha, la apagaba discretamente con el dedo. Y el hombre, creyendo que la mecha estaba mojada, no logró ver al ladrón.

También en tu corazón hay alguien que apaga el fuego, pero tú no lo ves... o sí?

lunes, 11 de junio de 2012

EL MEJOR PADRE









Un hombre, todavía no muy mayor, relataba a un amigo:

—Quise darle a mis hijos lo que yo nunca tuve. Entonces comencé a trabajar catorce horas diarias. No había para mí sábados ni domingos; consideraba que tomar vacaciones era locura o sacrilegio. Trabajaba día y noche. Mi único fin era el dinero, y no me paraba en nada para conseguirlo, porque quería darle a mis hijos lo que yo nunca tuve.

—Y... ¿lo lograste? —intervino el amigo.

—Claro que sí —contestó el hombre—: yo nunca tuve un padre agobiado, hosco, siempre de mal humor, preocupado, lleno de angustias y ansiedades, sin tiempo para jugar conmigo y entenderme. Ese es el padre que yo les di a mis hijos. Ahora ellos tienen lo que yo nunca tuve.



viernes, 8 de junio de 2012

SABER Y SABOR


Érase una vez, en un pequeño poblado perdido entre las montañas, que vivían en una aldea recogida y alegre, un grupo de seres humanos. Hacían lo que suelen hacer la mayoría de estos seres: dormir, trabajar, comer, jugar y dormir. Pero he aquí que un día uno de ellos, por extraños motivos que nos llevarían a otras historias, decidió marchar de ese pueblo. Reunió a todos lo seres del pueblo y les manifestó su intención de salir más allá de las montañas para conocer lo que se "cocía" en otros lugares.
- ¿Para qué?- le preguntaron sus amigos.
- Porque quiero saber- les respondió.
Nuestro amigo, al que desde ahora llamaremos Sixto, se dirigió al norte, porque desde antiguo al pueblo habían llegado noticias, que allí era dónde existía más saber.
Pasó un tiempo sin noticias de Sixto, hasta que un buen día apareció en lontananza. Hubo gran alegría en el poblado, todos le rodeaban, le preguntaban, pero él venía cansado del viaje y pidió que le dejasen descansar. Al día siguiente, a la puerta de su casa, todo el mundo estaba reunido esperando que él apareciera.
Cuando lo hizo, todos prorrumpieron en aplausos y aclamándole le pedían que compartiera con ellos su saber.
- Bueno, veréis, lo único que he aprendido no puedo compartirlo con vosotros. !Oh! Quedesilusión entre los seres del poblado.
-¿Por qué?- se atrevió a preguntar un niño (todos sabemos que los niños son muy atrevidos)
- Porque lo que he aprendido es a distinguir el sabor de las cosas.
Un murmullo de perplejidad se adueñó del pueblo.
- Veréis, amigos. Cuando llegué al norte, me sentí perdido. Había mucha gente, ciudades enormes, y en ese estado me encontraba cuando vi en un cartel que se daban cursos de cocina rápida. Como el hambre me acuciaba pensé que no vendría nada mal llenar el estómago con algo y de paso aprender a cocinar comidas diferentes. Entré pero, ¿sabéis?, el curso no era para aprender a cocinar, no. Era para aprender a saborear la comida.
-¡Oh!- murmuraron los del pueblo- Y eso ¿cómo se aprende?
-¡Ah! Amigos míos es bastante complicado de explicar con palabras -dijo Sixto- los profesores se limitaban a dibujar esquemas y diagramas en la pizarra, y nos decían: "Tenéis que sentir el sabor de ésta posición del esquema". Otro incidía: "No hay que dar vueltas buscando el mejor sabor. Sabor solo hay uno, y es aquel que no tiene sabor, porque en él están todos los sabores".
Y nos ponía el ejemplo de la luz blanca que se descompone en diferentes colores cuando pasa por un prisma. "El lugar -decía el jefe de cocina- donde hay y no hay luz blanca es el sabor sin sabor".
El pueblo entero estaba maravillado de esta explicación.
- Por favor, dibújanos esos esquemas. Nosotros queremos experimentar ese sabor sin sabor.
Sixto los miró con conmiseración, y quedamente les dijo:
- Amigos míos, esto es lo que me enseñaron en aquella ciudad, pero de regreso al pueblo me he dado cuenta, a través de procesos que si os lo contara a alguno de vosotros se volvería más confundido, digo que me he dado cuenta que todo eso no sirve para nada.
- ¡¿Qué?!- preguntó asombrado el pueblo.
- Os lo explicaré. La clave está en dos palabras: "sentir" y sabor". Vosotros queréis saber a que sabe el sabor sin sabor. ¿Es cierto?
- ¡Sí!
Y yo os digo que lo importante es sentir ese sabor.
- ¡Ah!- los seres del poblado se miraron unos a otros.
Un niño, el mismo de antes, que por lo visto era un poco pesado con sus preguntas, dijo:
- Sixto, Sixto...
- Sí, niño, dime.
- ¿Podrías decirme, entonces, por qué esos señores que hablaban mediante gráficos del sabor sin sabor dan esas clases?¿Por qué utilizan esquemas si no son importantes?¿Por qué malgastan su tiempo y su energía en dar un arte objetivo a la subjetividad de la gente? ¿Por qué...?
- ¡Niño, calla! -gritó Sixto- Tú no puedes saberlo porque no has estado dónde yo he estado, ni has visto lo que yo he visto. Esas personas que dibujaban el sabor, sabían lo que estaban haciendo, lo transmitían de una manera especial, de tal forma que se introducía poco a poco en el organismo y ha sido ahora, al llegar al pueblo, cuando me he dado cuenta de que es lo realmente importante.
- ¡Dínoslo, Sixto, dínoslo! - gritó todo el pueblo.
- Hay que sentir el sabor, ya os lo he dicho.
- ¿Y cómo sabemos que es lo que sentimos si no tenemos un espejo en el cual mirarnos?, preguntó el mismo niño de antes.
Sixto miró con dulzura al niño y le dijo:
- Niño, ¡eres un pesado insolente!- sonrió y desapareció en su casa para darse un baño.